Por Carig Newmark[1]
Soy un tipo
insocial y aburridamente estudioso, tan comprometido, que a veces soy visto como un sabelotodo.
En los años ochentas, la gente estaba harta de que mi cuando
trabajaba en una sucursal de IBM en Detroit . Mi jefe me dijo que mi actitud se
había convertido en un verdadero problema con cerca de la mitad de mis
compañeros de trabajo.
(En términos claros, alguien parecido al personaje de las
historietas cómicas de Dilbert.)
Sin embargo, también me dijo que mi salvación era mi sentido
del humor. Que cuando se trata de ser gracioso, no importaba que tan gracioso era
o no, porque al menos yo no era el más detestado.
Para mi el consejo era que debía concentrarme en mi sentido
del humor y preocuparme acerca de
ser extremadamente correcto. En palabras más claras, no debía corregir a la
gente cuando se trataba de cosas sin importancia.
Me tomó un buen tiempo darme a conocer así, pero sí lo hice
y se hizo notar, y desde ese entonces la tensión ha sido menos tensa. Lo que me
ha hecho sentir muy bien.
Además, me he dado cuenta que yo no era tan divertido como
creía que era, así que me ha servido para controlarme un poco. Incluso en ese
entonces, entendí que para mí funcionaba mejor el humor sutil, con menos riesgo
de comedia (mi esposa me recordaba a menudo que yo no era tan divertido como
creía que era, y eso es cierto.
(Por otra parte, a veces soy tan discreto, que necesito que
alguien me tome el pulso.)
Esto me ha hecho lograr efectos continuos, hasta el punto
que hoy hago muchas más cosas que antes, sin tomarmelo todo tan en serio. Me he
dado cuenta que esto es también más útil cuando hablas en público.
No hace mucho tiempo, Oscar Wilde declaró acerca de este
tema lo siguiente: “Si quieres decirle a la gente la verdad, hazlos reír”. De
lo contrario, te mataran.
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