Si ellos enseñan, debemos escucharlos con humildad.
Existe mucha soberbia entre los humanos cuando desvalorizamos a nuestras
mascotas, cuando las tratamos como si fuesen energías ciegas, impulsos sin
orientación, instintos comunes y primitivos, carentes de alguna luz práctica e
inteligente: “A un perro con hueso en boca, ni su dueño lo toca”.
Los animales domésticos suelen adquirir la neurosis de
sus propietarios. Sobrealimentados, pierden gracia y se enferman; atados se
transforman en fieras amenazadoras.
Desde el periodo neolítico, el perro es un cautivo
voluntario, el primero de los mamíferos domesticados. En la mitología griega
aparece adiestrado por Apolo, cazando con Artemisa, fiel compañero de Ulises y
maltratado por Alcibíades, que buscaba fama haciéndolo ladrar, con la cola
cortada, en la feria.
Le corresponde al perro el símbolo universal de mensajero
entre este dominio y los dominios de ultratumba; se comunica con facilidad con
entidades no visibles para sus amos. Es conveniente hablarles amigablemente a
nuestros hermanos menores.
Un médico amigo me envió, como simpática colaboración, un
recetario de veinte sabios “consejos caninos”, que son benéficos,
extraordinarios, preventivos de toda patología. A tal punto que sus clientes
enferman menos y le pagan honorarios por mantenerse en buena salud. Y todos
contentos. Es que cuando los hermanos menores enseñan, debemos escucharlos con
humildad.
Si usted quiere aprender de los canes el maravilloso
arte de navegar por la vida, siga con
buen humor los consejos de Konrad Lorenz (193 – 1989), etólogo austriaco.
Premio Nóbel de Medicina en 1973, por sus investigaciones sobre el
comportamiento individual y social de los animales, que nos señala que ellos:
- Nunca dejan la oportunidad de salir de paseo.
- Experimentan la sensación del aire fresco y del viento en su rostro por puro placer.
- Si alguien a quien aman se aproximan, corren a saludarlo.
- Cuando tienen necesidad, practican la obediencia y la protección.
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